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jueves, 25 de abril de 2013


Rosalía de Castro nació en 1837 en Santiago de Compostela. Es hija de un sacerdote y de María Teresa de la Cruz Castro y Abadía, una hidalga de bajo nivel económico. Figuraba como hija de padres desconocidos, aunque la fiel sirvienta de la madre biológica de Rosalía, se hizo cargo de ella.
Aquí vemos un fragmento de la obra A mi madre (1863), que fue publicada al año siguiente a la muerte de su madre biológica, quien vivió con ella hasta que Rosalía se casó y por la que sentía un profundo cariño:


¡Ay, qué profunda tristeza!
¡Ay, qué terrible dolor!
¡Tendida en la negra caja
sin movimiento y sin voz,
pálida como la cera
que sus restos alumbró,
yo he visto a la pobrecita
madre de mi corazón!

Ya desde entonces no tuve
quien me prestase calor,
que el fuego que ella encendía
aterido se apagó.
Ya no tuve desde entonces
una cariñosa voz
que me dijese: ¡hija mía,
yo soy la que te parió!



Rosalía contrajo matrimonio con Manuel Martínez Murguía, quien la animó a publicar su obra Cantares Gallegos, obra iniciadora del Rexurdimento gallego. Para comprender el origen de ésta, hay que tener presentes factores como la familiaridad de la poetisa con la música popular, la reivindicación romántica de las culturas tradicionales y de sus manifestaciones populares.

  
Adiós, ríos; adios, fontes;
adios, regatos pequenos;
adios, vista dos meus ollos:
non sei cando nos veremos.
Miña terra, miña terra,
terra donde me eu criei,
hortiña que quero tanto,
figueiriñas que prantei,
prados, ríos, arboredas,
pinares que move o vento,
paxariños piadores,
casiña do meu contento,
muíño dos castañares,
noites craras de luar,
campaniñas trimbadoras,
da igrexiña do lugar,
amoriñas das silveiras
que eu lle daba ó meu amor,
camiñiños antre o millo,
¡adios, para sempre adios!



Un año después de contraer matrimonio, da luz a su primera hija, Alejandra, a la que siguieron seis hijos más.
Su domicilio cambió varias veces, entre Madrid y Simancas. No se conoce con exactitud cuál fue el motivo que llevó a mudarse a la escritora. Un año después de llegar a Madrid, Rosalía publicó un folleto de poesías escrito en lengua castellana que recibió el título de La flor:

Contaban meses después,
que cierta joven hermosa,
habiendo puesto una rosa
que en un sepulcro nació,
presa en su negro cabello
para lucirse más bella,
la flor, prendiéndose en ella,
jamás su frente dejó.

Que allí marchita y ajada
se fue la rosa quedando,
y que la joven secando
sintió con la flor su sien.
Y cuando al fin ya del todo
la flor se quedó sin vida,
la joven con ella unida
murió marchita también.

Y cada cual con espanto
viendo su tumba contaba,
que aquel sepulcro guardaba
La rosa del CampoSanto.

Rosalía nunca disfrutó de buena salud. Luchó siempre contra enfermedades y, a menudo, con la penuria (Que ya arrastraba desde la muerte de su madre). Vivió dedicada a su hogar, a sus hijos y a su marido y nunca aspiró a la fama. El matrimonio se separó debido a problemas económicos a la mala salud de Rosalía. Todos estos factores contribuyen a explicar la hipersensibilidad y el pesimismo de la escritora.
Pobre alma sola 

¡Pobre alma sola!, no te entristezcas, 
deja que pasen, deja que lleguen 
la primavera y el triste otoño, 
ora el estío y ora las nieves; 

que no tan sólo para ti corren 
horas y meses; 
todo contigo, seres y mundos 
de prisa marchan, todo envejece; 

que hoy, mañana, antes y ahora, 
lo mismo siempre, 
hombres y frutos, plantas y flores, 
vienen y vanse, nacen y mueren. 

Cuando te apene lo que atrás dejas, 
recuerda siempre 
que es más dichoso quien de la vida 
mayor espacio corrido tiene.

Todos sus hijos murieron antes que ella, sin poder dejar herederos. Vemos aquí un fragmento bastante desgarrador sobre la muerte de sus hijos:


¡Ay!, cuando los hijos mueren,
rosas tempranas de abril,
de la madre el tierno llanto
vela su eterno dormir.

Ni van solos a la tumba,
¡ay!, que el eterno sufrir
de la madre, sigue al hijo
a las regiones sin fin.

Desde Padrón, en donde murió Rosalía, no puede verse el mar. Impresionan estas últimas palabras de una persona para quien el mar fue siempre una tentación de suicidio:

Co seu xordo e constante mormorio
atráime o oleaxen dese mar bravío,
cal atrái des serenas o cantar.
“Neste meu leito misterioso e frío
-dime-, ven brandamente a descansar”
el namorado está de min… ¡o deño!
i eu namorada del.
Pois saldremos co empeño,
que si el me chama sin parar, eu teño
unas ansias mortáis de apousar nel.

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